jueves, 23 de abril de 2009

CRISIS NUCLEAR IRANÍ


Junio 2004


Desde hace año y medio, Irán es protagonista en los medios de comunicación debido a su afán por conseguir energía nuclear. En el año 2006, la Organización Internacional de la Energía Atómica denunció la apertura clandestina de tres instalaciones nucleares en territorio iraní. De poco sirvieron las declaraciones de Teherán, capital de Irán, reclamando el derecho a producir su propia energía como miembro de esta organización. La OIEA es una institución muy respetada que marca las directrices de uno de los mercados más lucrativos hoy en día, la tecnología nuclear. Su prestigio radica en el Tratado de No Proliferación (TNP). Formado por 188 países, el TNP se creó para fomentar un uso pacífico de una energía imprescindible para el desarrollo de toda nación.

Tras el horror de las bombas atómicas lanzadas contra la población civil, el TNP nació como responsable de la paz nuclear, prohibiendo la producción de este tipo de armamento. Pero no a todos los países. Aquéllos que hubieran realizado una explosión antes del primer día del año 1967 constituirían la excepción que confirmase la regla. Les concedía así el estatus de potencias nucleares de derecho. ¿Por qué precisamente ese día? Poca cabida tuvo la arbitrariedad, pues esa fecha cerraba el círculo de los estados que, más tarde, serían los garantes del derecho internacional proclamado por la ONU: Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, Francia y China.

Como proclamó el director de la OIEA, Mohamed el Baradei, “la idea de un estado nuclear legítimo o ilegítimo no existe. El hecho de que el tratado (de No Proliferación) reconociera a cincos países como poseedores de armamento nuclear se consideró transitorio, el tratado de ningún modo confiere un estatus permanente de poseedores de armamento nuclear a estos Estados”. Pero se le olvidó añadir que ese periodo “transitorio” dura ya demasiado tiempo. Y, en estos cuarenta años, los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad han ido enriqueciéndose con este lucrativo mercado del que gozan del monopolio absoluto.

Paradójicamente, la creación de este grupo de élite nuclear supone el primer obstáculo para llegar al desarme cero, idea primigenia de la OIEA. Lejos de este objetivo, los cinco estados han aumentado cuantitativa y cualitativamente sus arsenales nucleares sabiéndose los principales proveedores de esta tecnología.


Ingresar en la OIEA, mal negocio

Pero el descrédito de la OIEA va más lejos al permitir la existencia de potencias nucleares que, sin embargo, permanecen al margen de la organización y de sus mecanismos de control. Israel, India, Pakistán, países poseedores de armamento atómico, gozan del privilegio de la no injerencia en el ámbito nuclear debido a su exclusión de la OIEA. Y no sólo eso, India y Estados Unidos acaban de firmar acuerdos de suministro de material atómico, un acto que viola el Tratado de No Proliferación, que prohíbe la transferencia de dicha tecnología a potencias que se mantienen fuera de los tratados.

Cabe preguntarse por qué Irán está en el ojo del huracán, aun siendo miembro de la OIEA y país firmante del TNP, mientras unas potencias violan sus preceptos impunemente y otras se sitúan al margen de las inspecciones internacionales. La principal acusación contra la potencia de Oriente Medio radica en la Cláusula Adicional del TNP, un requisito introducido con posterioridad y que, por lo tanto, no es de obligado cumplimiento. Aunque el gobierno de Teherán se ha comportado como si lo hubiera firmado, la realidad es que no lo ha ratificado, motivando que no le faciliten tecnología nuclear. Por esta razón, Irán ha acudido al mercado negro.


Irán, una presa apetecible

Curiosamente, la primera potencia que animó a Irán en sus planes nucleares fue Estados Unidos, comprometiéndose a transferirle tecnología en épocas del Sha, en la década de los cincuenta. En el año 1977, un informe del Instituto de Investigación Standford, propuso el uso de plantas nucleares en Irán como principal vía energética del país. Pero estos planes se vinieron abajo tras la Revolución de Jomeini, que rompería las buenas relaciones mantenidas hasta entonces con Washington.

Desde entonces, la primera potencia ha aumentado la belicosidad hacia el país árabe de varias formas, primero introduciéndolo en la lista del Eje del Mal, ahora acusándole de fabricar la bomba atómica. Omite que si Teherán quisiera obtenerla, deberían esperar ocho años, como mínimo, para poder hacerse con ella. Y aún cuando lo hiciera, su arma sería demasiado rudimentaria. La bomba iraní pertenecería a la primera generación, similar a la explotada en Nagasaki, mientras que la India o China se incluyen en la cuarta generación y EE.UU. y Rusia en la sexta.

La realidad de estas acusaciones responde más a un intento por evitar que Israel pierda su posición hegemónica como país nuclear en Oriente. Y cuenta con el respaldo de Inglaterra, Rusia, Francia y China que, como Estados Unidos, no están dispuestas a perder a un cliente tan lucrativo en el campo nuclear. El temor a un Irán armado nuclearmente esconde el peligro que supone un gobierno dirigido por Ayatolás en un momento en que parece estamos viviendo una cruzada cristiano-musulmana, en la que el mundo occidental relaciona el islamismo con integrismo y terrorismo. Un gobierno que puede equilibrar la balanza en Oriente Medio y Próximo. Y no sólo eso. Un gobierno que controla cantidades ingentes de petróleo, lo que le convierte en una presa muy apetecible. Tanto como lo fue su vecina Iraq.

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