jueves, 23 de abril de 2009

Hiperrealidad


"No hay una sociedad más pobre que la nuestra, ya que en una sociedad que tenga sólo lo necesario para vivir participa más en la cultura común" (Baudrillard)




E

n la actualidad, vivimos en un mundo de imágenes y de signos que forman parte fundamental de nuestra existencia. Nacieron como una ayuda y terminaron incorporándose a todos nuestros actos, de ser simplemente un instrumento de auxilio, han pasado a ser imprescindibles en nuestra forma de vida consumista. Este abuso de imágenes produce la Hiperrealidad, la realidad falseada. Los signos van sustituyendo a los conceptos de tal manera que estos últimos van dejando de existir y, con ellos, la propia realidad, para crear otra imaginaria, simbólica, mejor que la real.

Según el filósofo Lipovetsky, este cambio es favorable para la sociedad por contar con numerosos aspectos positivos. Uno de ellos es la capacidad de selección, el consumo se extiende con grandes abanicos de posibilidades en todos los ámbitos. La hiperrealidad implica, para este autor, una sociedad más suave y, por lo tanto, más fácil de vivir. Como dice en su obra: "El nivel de los objetos remata la "igualdad de condiciones", eleva el nivel de vida y cultiva la masa […] Las diferencias jerárquicas no cesan de retroceder en beneficio del reino indiferente de la igualdad".

Para Lipovetsky, el hiperrealismo de la violencia es consecuencia directa de la hiperrealidad. "Es como si, bajo el choque de las dos guerras mundiales, de los campos nazis y estalinistas, […] nuestros contemporáneos retrocedieran ante su tarea de interpretar el irresistible movimiento de pacificación de la sociedad. […] A lo largo de los milenios, la violencia ha sido regulada esencialmente en función de dos códigos: el honor y la venganza, de los que cuesta comprender el significado exacto por haber sido eliminados de la lógica del mundo moderno".

No podría estar menos de acuerdo. Por supuesto que un sistema basado en el consumo ofrece una mayor elección y es innegable que resulta favorable para la sociedad, en el sentido en que aumenta la calidad. No obstante, la hiperrealidad no ofrece una vida mejor, no eleva el nivel de vida y tampoco iguala las clases sociales. Eso es lo que hace creer a los individuos, les engaña a través de infinitos signos haciéndoles ver una realidad que no se corresponde con la auténtica, mostrando las imágenes que desea ver la sociedad, enseñándoles lo que quieren contemplar, diciéndoles lo que quieren oír. Pero ello no cambiará la dura realidad, simplemente la oculta por un tiempo limitado.

Ocurre lo mismo con la violencia. A lo largo de los siglos, la historia nos ha revelado la naturaleza violenta y agresiva del ser humano. Sin embargo, Lipovetsky habla de la pacificación de la sociedad actual, una sociedad que no comprende el significado del vocablo "violencia" debido a su aparente inexistencia. ¿Qué ha pasado? ¿La naturaleza del hombre ha cambiado? No. La violencia no ha dejado de existir y nunca lo hará, simplemente la sociedad la esconde. La hiperrealidad la oculta. Como manifiesta Humberto Eco, la violencia, la muerte, la sangre,..., es el fracaso de dicha hiperrealidad, por ello, es conveniente esta sociedad omitirla. Y eso es precisamente lo que hace, la aísla en un oscuro rincón donde no se muestre, donde la sociedad no la encuentre, pero, por ello, no deja de subsistir.

Así, me opongo a Lipovetsky cuando dice: "La era del consumo acentúa la pacificación de los comportamientos".

Baudrillard explica que, a través de ella, construimos la realidad: compramos la hiperrealidad, la imagen, el icono; primero producimos la imagen, la modificamos a nuestro antojo y luego creamos el objeto. Esto nos aleja del problema que tiene la realidad: es dura, compleja, tiene defectos y no es fácilmente manipulable; todo lo contrario que los signos. Se hace así posible el sueño de todo hombre, que nuestra imagen se transforme en la realidad.

Pero nunca podremos manipular la realidad, nunca. En efecto, mediante los signos creamos una vida modélica donde suprimimos todo lo que se nos antoja desagradable y desdeñable, consiguiendo vivir como deseamos y siendo las personas que siempre hemos querido ser. Pero "el sueño de todo hombre", como lo llamaba Baudrillard, tiene un fallo, que no es real sino ficticio. El individuo vive una farsa, un engaño, se evade de la realidad y esto, a la larga, tiene consecuencias más negativas que la propia realidad que se empeña en destruir.

Una de las consecuencias de la hiperrealidad es que, según palabras de Baudrillard, se crea una sociedad en la que los individuos viven solos, mueren solos y comen solos, es decir, es la imagen del fin del mundo ya que estamos acabados y, por lo tanto, muertos. De esta forma, Baudrillard explica el culto al cuerpo (tan de moda en esta época), el cual aparece para demostrar que se está vivo, el individuo somete al cuerpo a infinitas privaciones para verificar que lo posee. Lo mismo pasa con las competiciones, que son meras carreras de muertos.

Mas esto no es todo. De la hiperrealidad nace otra rama negativa que la perjudica en extremo, la hiperrealidad política.

Lipovetsky opina que esta primera ofrece una ventaja política, al eliminarse del mundo lo desagradable y sustituirlo por lo seductor, aparece la flexibilidad social y política. Se origina, así, una sociedad más tranquila que acepta los cambios con mayor facilidad. Todo esto desemboca en la inutilidad de los "grandes salvadores" del universo ya que no hay conciencia de que haya que modificar nada, todo es perfecto, por lo que no se dan revoluciones. El individuo no quiere cambiar y no lo hace. Lipovetsky insiste en la desaparición de los poderes políticos y de los hombres que arriesgan sus vidas para defender sus ideas. Como consecuencia de esto, el proceso político es sustituido por el proceso psicológico.

Pero, otra vez, la historia no le da la razón. A comienzos del siglo XXI continúa habiendo las mismas revoluciones y alzamientos insurgentes como los que se produjeron en siglos anteriores, desde años inmemorables, por defender una causa o idea. Aunque en la actualidad se dan muchos ejemplos, me limitaré a citar sólo uno, un movimiento insurgente mexicano que ha dado la vuelta al mundo dirigido por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, más conocido como EZLN. Se dieron a conocer hace once años a través de una revolución que desestabilizó la estabilidad política mexicana. Defienden una idea, luchar por la democracia, la libertad y la justicia y se oponen al neoliberalismo, exigen que se reconozcan los derechos de las comunidades indígenas chiapanecas, la autonomía de éstas y vivir con dignidad. Sin embargo, este movimiento no es nuevo, sino que sigue los pasos que, en 1910, dio el revolucionario morelense Emiliano Zapata. Así, comprobamos que, aún en la época de la Hiperrealidad, hay algo que nunca cambiará. Por muchos años que pasen, continuarán existiendo los "grandes salvadores" (como los denomina Lipovetsky) que lucharán contra las injusticias sociales e, incluso, estarán dispuestos a dar la vida por unos ideales.

No obstante, opino igual que Lipovetsky al afirmar que, la gran mayoría, llegaremos a perder nuestra racionalidad y abandonaremos todo tipo de ideas adaptándonos a lo que nos venda el consumismo. El hombre se alienará convirtiéndose en un animal más, ya que perderá lo único que le distingue del resto de los seres vivos, su capacidad de razocinio.

Como Lipovetsky escribió en su obra: "La alienación analizada de Marx, resultante de la mecanización del trabajo, ha dejado lugar a una apatía inducida por el campo vertiginoso de las posibilidades, […], entonces empieza la indiferencia pura, librada de la miseria y de la pérdida de la realidad de los comienzos de la industrialización".

"El hombre indiferente no se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le sorprende y sus opiniones son susceptibles de modificaciones rápidas" y ese es el verdadero problema de la hiperrealidad, el fin del ser humano como un ser pensante.

El filósofo Vattimo habla de: "Dictaduras y gobiernos totalitarios capaces de ejercer […] un control arterial sobre los ciudadanos, a través de la distribución de eslóganes, propaganda (tanto comercial como política) y visiones estereotipadas del mundo".

Estoy de acuerdo, la política deja de ser la forma de vida que prefieren los individuos para formar parte del consumismo. La mayoría de la sociedad ya no se decanta por un partido u otro según su ideología, sino por el que tenga una mejor campaña, un mejor eslogan, en definitiva, de su propaganda y de la visión que ofrezca (que, generalmente, no suele corresponder con la real).

La política se convierte en un mercado de partidos que no apunta a una mejora en la vida social, sino que se empeña, con la ayuda de los signos, en crear un mundo ficticio, perfecto, en una utopía que convence a los habitantes de que no existen obstáculos cuando sí lo hay. Ya lo dijo Lipovetsky, "La despolitización que vivimos corre paralela con la aprobación muda, difusa, no política del espacio democrático".

Vattimo dijo una vez: "Si por el multiplicarse de las imágenes del mundo perdemos, como se suele decir, el sentido de la realidad, quizá no sea ésta, después de todo, una gran perdida".

Pero se equivoca, la pérdida de ese "sentido de la realidad" sería lo más perjudicial que podría ocurrirle al ser humano. De alguna manera, dejaríamos de existir como tales, de vivir, para vegetar en un sueño irrealizable que, con el paso del tiempo, iría consumiendo y devorando a la especie mortal.

Siempre será mejor la realidad, aunque dura e inflexible, que lo ficticio, aunque agradable.


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